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Me preguntas como soy

  • claudiamartinezpardo
  • 25 abr 2015
  • 6 Min. de lectura

Me preguntas como soy.

Y yo te digo: ¿Realmente quieres saberlo?

Si… me dices sin titubear.

Entonces te lo diré, pero prefiero empezar por lo que no soy.

Te diré que:

No soy mi trabajo ni mi aspecto.

No soy mi ropa ni mi cuerpo.

No soy mi casa ni mis muebles.

No soy mi ciudad ni mi nacionalidad.

No soy mi edad ni mi sexo.

No soy mi nombre ni mis apellidos.

No soy mis títulos ni mis estudios.

Y sin embargo y a pesar de no serlo, estoy en todas las cosas que te cuento, porque forman parte de mí y yo de ellas pero ninguna puede definirme en si misma. Porque soy mucho más que eso…mucho más que una definición de sexo, color, nacionalidad, cuerpo, casa, trabajo, estudios, nombre y apellidos o estilo de vida.

Ahora ¿sabes quién soy?

No me basta… me dijiste con tus ojos muy abiertos, preocupado por no haberme entendido.

Está bien…te contesté. Te diré quién soy, pero para saberlo solo una cosa debes hacer, y es la siguiente:

Debes mirarme a los ojos, como si de una ventana mágica se tratase.

Lo voy a hacer… ¡te lo prometo!

Dijiste con un entusiasmo que me desbordó y me hizo confiar en que por fin había encontrado a alguien que realmente quería conocerme.

Si me miras a los ojos, mi querido amigo, veras:

A una pequeña niña que pide a gritos que le quieran tal cual es, para seguir siendo ella misma sin complejos. Que no necesita que la regañes cuando se equivoca, porque se siente mal por el solo hecho de haberse equivocado, en cambio prefiere que le expliques, con paciencia, como hacerlo bien y ten por seguro que la próxima vez no fallará…al menos en eso, porque como todos los niños, aprende rápidamente.

Una niñita que necesita que la cuiden y la protejan, a veces incluso de ella misma, porque aunque le gusta jugar a ser la heroína del cuento, fuerte y valiente...también es una princesa que, de vez en cuando, necesita ser rescatada Esa niña que a veces no sabe como decir las cosas que le duelen y teme al decirlas hacerte daño. Porque no le asusta la oscuridad, pero si la falta de amor que siente como un vacío imposible de llenar con todos los objetos del mundo. Pues aprendió, cuando todavía no llegaba al metro y medio de estatura, que se puede ser muy feliz siendo pobre para luego también comprender que se puede ser muy pobre aún siendo rico.

Que, por eso mismo, se le llenan los ojos de lagrimas cuando percibe amor a su alrededor, porque aprendió desde muy pequeñita, que el desamor existía, muy cerca suyo, en un ser llamado padre. Pero que fue compensado con creces por una madre que lo dio todo a manos llenas, aún a costa de su propio bienestar. Y también aprendió que el cariño se gana a base de presencia y no con postales para navidades y cumpleaños. Que las palabras, aunque estén escritas, si no coinciden con las acciones no sirven de mucho y que ningún cheque puede hacer que queramos mas a alguien que no esta cuando tenemos fiebre, cuando obtenemos un logro en el colegio, se nos cae el primer diente, nos llega por primera vez la menstruación o tenemos nuestra primera cita. Pero como una bendición supo también que pierde mucho más el que no da que el que no recibe.

Una niña, que adoraba ser la nieta preferida de la abuela Pilar, que se fue demasiado pronto al cielo en el que tanto creía, y que le enseñó a rezar con las manitas juntas a su Angel de la guarda, dulce compañía, para que no la desampare ni de noche ni de día. Y que tanto le pedía a Dios por la salud de algún ser querido como también le pedía que le ayudara a encontrar la aguja con la que estaba cociendo. Aquella misma abuela Pilar que la llevaba orgullosa de su mano a misa de 7, para enseñársela a sus amigas de parroquia y donde esa nena miraba curiosa a los santos que estaban en los pedestales y se preguntaba si ella lograría algún día tener una estatua suya allí si era tan buena como su abuela le contaba que habían sido esos señores. Luego supo que no era tan importante hacer el bien por ganarse un pedestal en ningún lado sino por el placer que sentía al ver la carita de alguien a quien había ayudado.

Una niña que se educó en un colegio de señoritas y aprendió que es allí mismo donde se comienza a fomentar la competencia entre mujeres, incentivado sin querer (¿?) por las mujeres adultas, madres y maestras, que marcan las diferencias… Y que mas tarde comprendió que no hay personas diferentes sino diferentes formas de mirar a las personas y de considerarlas.

Esa misma niña que adoraba ser la preferida de la maestra Pelusa,

la más increíble y bella persona que había conocido hasta entonces, que la trataba con un cariño que sólo había recibido en su casa hasta ese momento y de la que recibió de regalo de fin de curso una muñeca de trapo de patitas largas a la que le puso su nombre, el de la maestra, en su honor y que solo consiguieron destruir las polillas después de 20 años. Esa pequeña niña que hacía los deberes con devoción y que cuando empezaba un cuaderno nuevo se emocionaba y lo hacía prolijito y con buena letra.

Y que aprendió con el tiempo, que no solamente hay que comenzar las cosas prolijitas sino que también hay que tener la constancia de seguirlas de ese modo hasta el final…aunque cueste trabajo y uno tenga prisas por avanzar.

Esa niña, que de la mano de su hermanita mayor, descubrían juntas tesoros escondidos en el cuartito del fondo, donde la mami había dejado los pequeños grandes objetos de su infancia y juventud a sabiendas de que sus niñas los destriparían sin ningún pudor. Allí fue en donde por primera vez esas niñas jugaron a ser adultas poniéndose los vestidos y tacones de mamá…pintándose con sus maquillajes pensando en su inocencia, bendita sea, que de eso se trataba ser mayor .Y esas dos hermanitas, a veces muy unidas y a veces rivales por celos, descubrieron que para hacerle pasar el enojo a su mami no había nada mejor que llevarle unos matecitos dulces a la cama y ponerle música de Serrat, que era muy triste, pero que por una muy buena razón ella adoraba…le hacía acordar a su madre. Y por eso mismo, esta niña que ves adora a Serrat…y no hace falta que te diga porque.

Y también aprendió, junto a su hermanita, que a veces las hijas tienen que cuidar a su madre como si fuese ella la hija, porque en el fondo…todos seguimos siendo niños y necesitamos a nuestra mami, aquella que cuando nos asustamos y nos perdemos en el laberinto de la vida nos dice “ya pasó”… “todo va a estar bien”.

Una niña que todavía no tolera el engaño y la mentira. Y que sufre cuando la descubre. Que siendo muy pequeña para comprender porque, supo que los adultos a veces mienten…aunque luego nos digan que eso está mal. Y es verdad…está mal. Pero a veces, decir una verdad puede herir a los que más amamos… ¿entonces? Es algo que esa niña aún continúa preguntándose.

La misma niña que ríe a carcajadas y se divierte jugando, que lleva un diente roto en una puntita por creer que podía bajar las escaleras andando en bici y ese diente es el recordatorio de que efectivamente no es posible… por lo menos no sin sufrir daños físicos. Que se deja sorprender por magos e ilusionistas y no quiere descubrir el truco… No señor!!! Porque así se pierde la inocencia y eso no es bueno, porque ya tuvo bastante con saber lo de los reyes magos...como para seguir perdiendo ilusiones. Y mantener las ilusiones es, en gran parte, nuestra responsabilidad en éste juego que llamamos ser adultos.

Esa niña, que siendo adolescente, descubrió el amor, y con él su primer beso que la hizo elevarse muchos centímetros del suelo y sentirse la chica más linda del mundo, porque ese chico, por el cual ella se derretía, la había elegido. Y estuvo toda una noche sin dormir cuando le dijeron por primera vez “te quiero” recordando cada detalle de ese mágico momento. Y aunque te sorprenda, amigo mío, aún me sucede y me alegro por ello, porque sigo creyendo en el Amor…ese que nos hace elevarnos a muchos centímetros del suelo al estar cerca del ser amado y sentirte la chica mas linda del mundo al ir de su mano por la calle.

Y esa niña, adolescente, que algún día eligió hasta el nombre de sus hijos, esos que tendría cuando por fin se casara y fuera feliz junto a ese hombre junto al cual envejecería y caminaría todavía de la mano por la calle sintiéndose la más linda del mundo… aún sueña con eso, y mantiene los nombres de esos niños en su memoria. Y ya no le importa si esos niños salen de su propio cuerpo o del de otra mujer, eso ya no es importante…porque también supo con los años que la sangre tira…pero más tira el amor que uno ponga en esos niños.

Y esa niña, que poco a poco aprendió a colocarse el disfraz de adulta para ir por la vida sin levantar sospechas de ser un poco tonta, es la que tienes delante de ti. Porque, si quieres saber cómo soy es fundamental que comprendas que sigo siendo esa niña, y lo seré siempre, porque el día que sienta que ya no lo soy…estaré muerta por dentro, aunque siga caminando, hablando y actuando…como una adulta.

Abril 2004

Claudia Martínez Pardo

 
 
 

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